miércoles, 21 de enero de 2009

Ofendidos

Machacan y pisan sin piedad, pero se escandalizan cuando alguien les roza. Se revuelven feroces, incapaces de mirar más allá de su rasguño, obviando incluso las marcas del obús que antes habían lanzado. Minimizan el daño a los demás, sólo importa el propio. Gritan su descontento, claman por su ofensa, con la mirada fija en su ombligo. Y los demás la apartamos, incapaces de hacer frente al ogro que se supervalora.
¡Basta! ¿Qué derecho tienen a ofenderse los que invaden países, personas, intimidades? ¿Por qué escuchar esos quejidos, tan amplificados, tan injustificados? Prestemos a estos ególatras únicamente la atención que se merecen: ignorémosles. Y si reparamos en ellos, que sea sólo para exigirles una disculpa hacia los que sí, hacia los que de verdad, han sido ofendidos.

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